Días extraños se sucedieron a lo largo de la 60ª edición del Zinemaldia.
De hecho, días tan extraños como los tiempos que nos ha tocado vivir.
El programa general del certamen indicaba, antes de que todo empezara a
girar, que a mitad de su celebración (más concretamente, en su sexta
jornada), la actividad iba a detenerse durante un día. Más o menos, pues
tal y como se descubrió prestando un poco más de atención, el horario
tenía trampa, ya que dicho parón no fue ni mucho menos total (como en un
principio podía entenderse), sino que se limitó a respetar la marcha de
la manifestación convocada en el marco de una huelga general en el País
Vasco, y que pasaría por los aledaños de las instalaciones del
certamen. Cuando tocó retirarse (después de una sesión también muy
extraña, a manos de Bahman Ghobadi) para solidarizarse con la causa, las
calles mostraban también imágenes... atípicas.
Banderas rojas con la hoz y el martillo ondeadas por una multitud con
cara de pocos amigos. Con el comunismo topamos. Obviamente, se sucedían
los gritos en contra del capitalismo... y de ahí pasamos directamente a
la séptima jornada. En lo que podría considerarse como una especie de
prolongación del ambiente reivindicativo del día anterior, el Kursaal
estaba en pie, aclamando a dos héroes populares recientemente coronados:
Gad Elmaleh y Constantin Costa-Gavras. ¿Qué pasó antes de este clamor?
¿Qué es lo que causó dicho furor? Como se ha dicho, la continuación de
algunas de las consignas oídas el día antes en la calle, en contra del
que para muchos es el único sistema económico viable. 'El capital',
concepto abucheado en las horas previas, trata sobre los Robin Hood
modernos, una banda de "críos" que simplemente se lo pasan bien (no hay
que darle más vueltas, dicen)... robando a los pobres para dar a los
ricos.
No, uno de los cineastas más izquierdistas / socialistas y, claro está,
comprometidos de la historia del cine, no se ha pasado al lado oscuro.
Se ha sumergido en él para que -y para entendernos- la mierda que hace
mover nuestros tiempos lo salpique todo. En el clásico bosque de
galimatías financieros, un joven y prometedor genio de la economía es
ascendido a presidente de uno de los mayores bancos de Francia. Las
circunstancias convulsas en las que se ha producido su nombramiento no
harán más que incrementar la inestabilidad en la empresa, dándose así el
pistoletazo de salida a un apasionante juego de tronos con los índices
de la bolsa y las primas de riesgo (entre otras muchas más milongas)
como telón de fondo. Muy atrás queda a estas alturas el apasionado
director de 'Z.', que creía en la verdad y la honestidad como las
mayores armas para combatir (desenmascarando primero y ajusticiando
después) a los grandes males de la sociedad.
Estamos en la etapa de su carrera marcada por el estupendo punto de
inflexión de 'Arcadia', espeluznante película en la que hasta los
asesinos tenían tantas -o más- opciones que la gente honrada para salir
adelante en este mundo. ¿A qué se debe este cambio de actitud? A la
crisis financiera. Y a la inmobiliaria, y a la de la deuda... y a las
agencias de calificación de riesgos, y a los especuladores, y a los
políticos que respaldan toda esta porquería, y a los bancos que se
ocupan que todo siga girando; en marcha; engullendo. También ha llovido
mucho desde 'Estado de sitio'. El enemigo contra el que lucha ahora
Costa-Gavras ya no está encarnado en regimenes totalitarios ni en
generales con fobia a cualquier pensamiento de izquierdas,
indudablemente poderosos pero fácilmente reconocibles. El mal es ahora
mucho más peligroso porque es inconcreto.
En otras palabras, tenemos la piedra... pero no sabemos a quién tirarla
(mientras nos lo pensamos, los receptores siguen haciendo de las suyas).
En el mejor de los casos, no tenemos suficientes piedras para alcanzar a
todos los que las merecen. A pesar de lo cuesta arriba que la realidad
actual le ha puesto el combate, el incombustible cineasta afila de nuevo
sus cuchillos, y éstos vuelan que dan gusto. Sí, puede que a 'El
capital' le sobre algún que otro frente y que el final se nos presenta
de manera algo precipitada, pero la bravura e incorruptibilidad de su
autor sigue estando presente, consiguiéndose así grandes momentos en los
que las únicas protagonistas son verdades como puños. La 'Margin Call'
francesa? Cerca, en el sentido de ser ésta una película para tratar de
entender mejor la locura en las que estamos actualmente sumergidos, pero
hay más.
Hablamos de una de estas rarezas consistentes en cine de denuncia en el
que el didactismo no lastra el balance final del producto en cuanto a
producto fílmico puro; necesario más allá de su guión. Tan disfrutable
como estimulante, rabioso y encendedor. Como debe ser. Mientras la
potente presencia de Elmaleh (gran acierto su lección para encarnar al
príncipe de las tinieblas de un mundo abominable que renace con el más
destructivo y abrasivo de los fuegos) se adueña, tal y como manda el
guión, de absolutamente todo, 'El capital' se descubre como testigo de
excepción de una crisis no sufrida -ni conocida- por sus causantes; de
una época de abundancia (para unas pocas sanguijuelas) pre-apocalíptica,
con un discurso cargado de la acidez necesaria como para corroer la
conciencia de un espectador que, ahora sí, parece despertar de un
larguísimo letargo. Costa-Gavras nunca cayó en este estado, y por si
todavía había alguna duda al respecto... pregunten a cualquier pez gordo
que haya podido verse -vergonzosamente- reflejado.
Nota:
7 / 10
Por Víctor Esquirol Molinas